Indagación en el aula: los alumnos son los que preguntan

Mientras el Profesor López explica por tercera vez las características de la célula, los alumnos contemplan distraídos el cielorraso del aula. Uno muerde la punta del lápiz, otro se apoya sobre sus codos con la mirada perdida en el horizonte, alguno asiente sin ganas mientras él sigue adelante sin verlos. ¿Qué es lo que pasa dentro de nuestras aulas que cada vez hay más alumnos desmotivados, alumnos que no ven la hora de irse del colegio, alumnos que han aprendido el ‘oficio de ser alumnos’ y ya saben contestar lo que el docente quiere escuchar?

Es posible que el profesor López esté contento con el silencio en su clase. No vuela una mosca. Los alumnos parecen prestar atención. ¿Cómo saberlo si no hay ningún tipo de interacción? ¿Y si les diera la posibilidad de participar en su clase? Si el profesor López preguntara a los alumnos de tanto en tanto sobre lo que están viendo, si los hiciera participar activamente dándoles la posibilidad de escribir, de preguntar, de dibujar, de involucrarse personalmente y emocionalmente  en lo que está sucediendo en su clase, seguramente, los alumnos recuerden la célula muchos años aun fuera del colegio.

Cada vez que actuamos como el Profesor López perdemos  oportunidades de saber cómo los alumnos están aprendiendo. La voz de ellos es un indicador de lo que está sucediendo en nuestras aulas en esos momentos. Al igual que el profesor López pierde la oportunidad de escuchar a sus alumnos, de ver qué es lo que está sucediendo en sus mentes mientras él explica sin interrupciones su ya archisabida explicación de la célula y sus características, así también nosotros dejamos pasar valiosas oportunidades de hacer participar activamente a nuestros alumnos si actuamos como él.  Debemos tener presente que para los alumnos es un recorrido nuevo. Cada vez que enseñamos algo se abren infinitas posibilidades no sólo de conocer el mundo sino de, y esto es lo más importante, de ser capaces de cambiar el mundo. Cuando los alumnos son parte de ese recorrido, cuando con el profesor van construyendo ese camino juntos, los alumnos logran un valor agregado.

Veamos ahora al Profesor López en una nueva situación. Él ha hecho importantes cambios: ha decidido darles voz a sus alumnos. Ni bien entra al aula les comparte dos datos curiosos sobre la naturaleza.  Luego les propone que formulen preguntas en grupos sobre el tema nuevo que están por ver: la célula. Como respuesta se forma un coro de entusiastas voces mientras los grupos deciden qué preguntar. Algunos conectan con saberes previos, otros con datos que vieron en internet, otros con su curiosidad. La clase se va llenando de preguntas sobre la célula, preguntas que no vienen del experimentado profesor sino de sus alumnos que quieren saber. Se ha despertado el interés por aprender. López ahora está genuinamente interesado en saber qué piensan los alumnos. Toma todas las preguntas de los grupos, arma un mural con todas ellas y los invita a conectar lo que van aprendiendo. Está invitándolos constantemente a participar. No espera a la evaluación para saber lo que sucede en las mentes de sus alumnos. El profesor López los está acompañando en su camino de aprendizaje.

¿Qué es lo que el profesor López logró en esta segunda situación de clase?   Logró que sus alumnos fueran activos actores de su propio aprendizaje.  Que indagaran y fueran aprendiendo a medida que  formulan las preguntas, las reformulan y las contestan. Estas preguntas son para el profesor López una oportunidad de conocer y ver el impacto que su enseñanza tiene. Le permiten evaluar cuánto los alumnos han comprendido y le dan las pautas de por dónde debe seguir.  Sin ellas, el profesor López carece de los elementos necesarios para saber si su explicación sobre la célula ha sido comprendida.

Todos podemos ser tanto el primer profesor López como el segundo. Podemos elegir acompañar a nuestros alumnos en su camino de aprendizaje dándoles voz en el aula a través de sus preguntas, de sus intereses o bien podemos embelesarnos con nuestra propia voz y quedarnos sin la riqueza de lo que nuestros alumnos tienen para aportar en el aula. Son las preguntas de los alumnos las que nos guían, las que nos muestran su alma y sus mentes, las que nos dicen en qué punto está cada uno de nuestros alumnos en la curva de aprendizaje.

Las preguntas de nuestros alumnos en clase no son sólo buenas sino que son necesarias, son el oxígeno que permite que el aprendizaje viva y lata a un ritmo acompasado sin prisa pero sin pausa. Por eso pensemos ¿qué profesor queremos ser en nuestras aulas: aquél que recita como el profesor López al comienzo de este relato o el profesor López que habilita el aprendizaje de sus alumnos haciendo de su aula un ambiente propicio para la indagación. ¿Queremos aulas en completo silencio donde la única voz que se oye es la del profesor, es decir, la nuestra (o la mía), o aulas con un barullo entusiasta frente al desafío de aprender? Yo elijo el barullo de las preguntas de mis alumnos.

 

María Barberis
María Barberis

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